Al día siguiente, nuestro Omar nos llevó a pasear un poco por la ciudad, aunque el objetivo final era buscar algunos suministros para la despensa. Luego de ver con el consabido asombro las calles, las casas, los comercios y sobre todo, el tránsito y cómo los conductores se abrían paso con tremenda habilidad. Pero recordamos ahora sobre todo, la impresión cuando vimos el tupido tránsito de la 5 y 10, porque comprendimos que solo un suicida en fase terminal se atrevería a cruzar aquella avenida a pie. 

 

Un rato más tarde, fuimos por primera vez a un Soriana. Nunca he sido dado a las palabras obscenas, pero al pararme ante aquella puerta de entrada, dije la más gorda que me vino a la mente, porque desde la puerta no alcanzaba a ver el final de aquella instalación. 

 

Amarilis y yo echamos a explorar, en tanto Omar y su esposa Alejandra se ocupaban de comprar los suministros. Fuimos directamente hasta el fondo y de allí empezamos a mirar las distintas hileras atiborradas de cosas que nos llamaban la atención, unas porque eran cosas que conocíamos, pero de las que carecíamos, y otras, cosas que no sabíamos cómo se llamaban y ni siquiera para qué servían. 

 

Cuando pasó un cuarto de hora, Omar llamó por teléfono porque ya habían pagado y estaban listos para marcharse. Le tuvimos que pedir que nos localizara, porque estábamos perdidos, no sabíamos para dónde encaminarnos para salir de allí. Un tiempo después, iríamos haciendo como una especie de período de adaptación como el que hacen los bebés en las guarderías y visitaríamos otras instalaciones similares tan gigantescas como aquella de otras cadenas de tiendas. 

 

Aún cuando han pasado seis años de aquella primera vez, nos golpea en el rostro la abundancia y ver cómo pobladores de evidentes posibilidades económicas, compran distintos tipos de mercancías, y cómo, comerciantes de todo tipo, venden sus productos en establecimientos que van desde sofisticadas tiendas o restaurantes, hasta pequeños comercios improvisados en las aceras que venden cosas más al alcance de los bolsillos de los viandantes y la infinita variedad de las ofertas. 

 

Nos fuimos integrando poco a poco a la vida de nuestros familiares e hicimos algunos amigos en nuestras andanzas en solitario. Comenzamos a salir por los alrededores de la privada de Aguas Calientes con el afán de explorar. La mejor forma de conocer una ciudad, a mi modo de ver, es caminando por sus calles.

 

Una cosa que nos llamó la atención desde el primer día, fue la gentileza de la mayoría de los choferes que se detienen para dejarte pasar y además, lo hacen con amabilidad. En mi país, debes andar con mucho cuidado al cruzar sobre todo las calles más transitadas, porque siempre corres el riesgo de terminar en una sala de poli traumatizados.

 

Desde la habitación que compartíamos con nuestros muchachos, cada noche al acostarnos, veíamos pasar un avión con rumbo al D.F., y dedicábamos unos minutos a soñar con aquellas aves que podían ir en camino hacia nuestros hogares.