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Capítulo III Aventuras de un cubano en México

OPINIONES

10-04-2023


Capítulo III Aventuras de un cubano en México IFOTO: Baja News

Capítulo III Aventuras de un cubano en México IFOTO: Baja News

Redacción BajaNewsMx
Editorial bajanews.mx| BajaNews
Publicado: 10-04-2023 10:16:55 PDT
Actualizado: 10-04-2023 15:10:38 PDT

Comenzamos a disfrutar de un romance como solo se puede disfrutar a nuestras respectivas edades y todo eso  sucedió  cuando yo había decidido “recogerme al buen vivir”

Por Julio César Perea 

 

Llevando con mucha alegría todos los convenientes e inconvenientes propios de nuestros 130 años sumados, comenzamos a disfrutar de un romance como solo se puede disfrutar a nuestras respectivas edades y todo eso  sucedió  cuando yo había decidido “recogerme al buen vivir”, como se dice en Cuba, lo cual traducido quiere decir más o menos: prepararme para enfrentar una vejez tranquila y sosegada, y a mi esposa, que ya andaba pensando más o menos lo mismo, le habían recomendado poner un anuncio en el balcón de su apartamento que dijera: “Busco un marido y no soy demasiado exigente”.

 

Un día fuimos invitados a comer en la casa de una actriz muy vinculada a mis trabajos como guionista para la televisión. Para llegar al enorme y hermoso apartamento donde residía, enclavado en la linajuda zona del Nuevo Vedado, hubimos de abordar un almendrón, que es como se conocen en Cuba los autos de alquiler colectivos, que cargan cinco pasajeros más el chofer, todos en apretada síntesis, más parecido a una lata de sardinas que a un automóvil. Si por una de esas casualidades de la vida te corresponde compartir asiento con una o dos personas pasaditas de peso, llegas a tu destino como si te hubieran comprimido en una prensa. Los almendrones que se respeten, deben oscilar en antigüedad entre sesenta y ochenta años, en cualquier otra parte del mundo son objetos de museos y posiblemente tengan prohibido circular. 

 

A pesar de eso, si necesitas viajar en uno de ellos por llegar más rápido a tu destino, de abordar un ómnibus del Estado, --que en Cuba se llaman guaguas—donde vas a ir posiblemente más apretujado y soportando cualquier cantidad de olores diversos y casi ninguno grato, o como era mi caso en aquel momento: si quieres ser amable y galante con una nueva relación a punto de comenzar y, por último, si tienes el dinero para pagar veinticinco veces el valor del viaje, pues abordas un almendrón, aunque al taxi propiamente dicho se le llama botero.

 

Hicimos aquel viaje bastante bien, aunque después, más por comodidad que por esperar un nuevo transporte que nos llevara por la calle 26 --una arteria muy céntrica, aunque no es la 5 y 10--, decidimos continuar a pie las doce o quince cuadras que nos separaban de nuestro destino.

 

Sentados en un amplio comedor, con muy diversos y atractivos platillos por delante, la compañía de otros ocho comensales y con la modalidad del self service, ya sintiéndonos en ambiente, teníamos en frente a un gran amigo mío, el actor de edad más avanzada en activo en los audiovisuales y comediante de toda una vida, me dijo de pronto que le sirviera más ensalada a mi novia. Ella se volvió hacia mí y me dijo: “Ah, ¿Porque somos novios?”, a lo que contesté: “Sí, ¿por qué no?” Y en ese mismo momento, con aquella breve broma, quedó casi sellado nuestro futuro.

 

Aquella acción se completó unas horas más tarde al regresarla a su casa, en un edificio en el otro extremo de La Habana. Al despedirnos aquella primera noche luego de cuarenta y cuatro largos años de espera y bajo un frondoso flamboyán, le pregunté a quemarropa si nunca se había dado cuenta de que en aquellos tiernos tiempos de nuestra juventud, estuve muy enamorado de ella, me contestó que por qué se lo decía ahora, tantos años después, y le dije que entonces había dejado pasar la oportunidad porque estaba casado, pero que no pensaba perderla por segunda vez por haberme callado de nuevo. 

 

No me puse rodilla en tierra como en las películas porque me parece algo un poco ridículo, y además, para no romper mis pantalones en la aspereza de aquella calle. Solo le di un beso cerca de una comisura y me marché, dejándola pensativa y un poco perpleja.